jueves, 22 de noviembre de 2012

Sobre la felicidad

La felicidad no la cuento, prefiero vivirla.

La felicidad no la cuento, ni la analizo, ni la recuerdo, ni la grabo: solo la vivo. Cuando pasa el momento de felicidad queda la sensación de haber sido feliz. Una sensación de placer que dura siempre poco y no se puede preservar. Si se preserva se corrompe, se bloquea, se enquista y no deja espacio a otro momento de felicidad. La felicidad hay que dejarla marchar, no podemos aferrarnos a ella: viene y después se va. Pero volverá. Disfrazada, transformada, evolucionada. Al principio no la reconoceremos, pero la sentiremos. No podremos sentirla si no hemos dejado marchar la felicidad anterior: si la hemos conservado por miedo a no volver a ser felices. Efectivamente no volveremos a serlo, no así. No se puede revivir esa felicidad, y empeñarse es solo la mejor garantía de no volver a tenerla. No intentes retratarla, hay que dejar que fluya y vivirla. Cuéntame tus penas, tu dolor, tu ansia, los diseccionaremos, los estropearemos, los relativizaremos y perderán esencia. Pero no me cuentes tu felicidad. Vívela.

Doe deixarte marchar

El final, mi única amiga, el final.

De nuestros planes, de nuestras charlas, sin más seguridad ni más sorpresas, ni más vueltas de tuerca.

Nunca había pensado que romper un cordón umbilical hiciera sangrar tanto, ni con tanto dolor. Una muerte en vida, pero una agonía que se alarga, que parece que nunca va a terminar para poder empezar a vivir y a respirar otra vez.

Sé de mi enfermedad y de mi obsesión, mi locura, mi ceguera, mi incapacidad, mi adicción. Mi vínculo. Mi raíz. Mi huída y mi salida. Una fe o una secta que me controla y me retiene. Y nada más me hace vivir.... solo esta muerte. Mi única amiga, el final, no puedo seguir viviendo ni muriendo, es simplemente el final.