domingo, 4 de enero de 2009

Dime qué ves y te diré qué comes

Publicación original: 19/11/07

Buenos y positivos días queridos compatriotas, prójimos y sin embargo amigos y exvecinos que me odian por escuchar let the sun shine a alto volumen a las 7 de la mañana,

En mi caso, a pesar de toda la pizza que llevo engullida en los últimos dos años y medio puedo decir y, de hecho, digo que sigo siendo la misma: se siguen encontrando pipas y mondas de mandarinas en mis bolsillos, sigo sin saber atarme correctamente los zapatos, sigo llevando el mismo recosido bolso, sigo hablando/cantando/rosmando/gruñendo sola por la calle y sigo odiando a las italianas por motivos variados y muy justificados, entre los que destaco sus insultantes y tamañas....

mozzarelas.

Quiero comentar brevemente (juas) la influencia de la televisión en nuestras inocentes cabecitas: jóvenes agresivos que ejercen una tiranía violenta sobre profesores y progenitores. Está claro que una diferencia tiene que haber entre los niños de hoy y los niños que éramos nosotros, crecidos con mariconadas como xuxa o la de derecha derecha izquierda izquierda delante detrás de cuyo nombre..no quiero acordarme. Se nos inculcó un espíritu débilmente competitivo con Juegos sin Fronteras (no sé si lo sabíais, pero por culpa de ese juego tuvo lugar la guerra en los balcanes), etc...Pero no sólo en el comportamiento violento influye la tele, hablemos ahora de cosas verdaderamente serias, como los peinados: nada más influyente que el peinado de Demi Moore en Ghost, el flequillo de Kelly Capouiski (como se escriba) o el corte de Rachel Friends.

En lo que a mí misma se refiere, lo que me ha movido a catarsis (es decir, movimiento de mis jugos gástricos) siempre ha sido: LA COMIDA. Os aseguro que empecé a comer rábanos después de ver Rapuncel (mmm en pincho moruno..), le pedí a mi madre que me hiciese ensaladas enormes viendo un episodio del Inspector Gadget en el que intentaban envenenarlo a través de una enorme y se la comía con un placer de esos en los que se les va la vista al infinito y mi boca babeando. La lista sería enorme, y estoy segura de que a más de uno le ha pasado: de hecho, creo que la venta de las Pringles se disparó desde que fueron el espacio de todo un capítulo de Cosas de Casa, los batidos de chocolate gracias a Sensación de Vivir o Grease, y el puré de patatas con los Simpsons etc.. Quién no quiere jabalí leyendo Asterix, longanizas (toda mi infancia derritiéndome por algo que ni sabía lo que era) de Carpanta, y hasta las mollejas, uñas y demás partes de cerdo, buey o vaca que se come Sancho Panza o el escudero del Lazarillo. Para los espíritus débiles e inseguros como el mío, deseamos siempre lo que vemos en EL OTRO y nunca olvidaré mi deseo primitivo por el triste bocadillo de queso de una niña en el pabellón a la salida de natación (pensé en usar el psicópata truco de "mira, un burro volando"). Quiero comer un sandwich leyendo Garfield, sardinas con espinas con Isidoro, un filete con sangre por A sangre fría y toda la comida basura que se come Frances McDorman en Fargo (la muy zorra no para de comer en toda la pelii, no puedo ni concentrarme en el argumento).



Son las 13.30 y mi reino por un bocata de calamares

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